Por amor de la ligereza. Un texto de Ignacio Peyró sobre «El español que enamoró al mundo».
Por amor de la ligereza. Un texto de Ignacio Peyró sobre su nuevo libro, El español que enamoró al mundo.
Siempre me ha gustado leer vidas, aunque el placer de leerlas depende tanto del interés del biografiado como de la gracia del biógrafo: recuerdo perecer entre la confusión y el tedio en las ochocientas páginas de un volumen sobre Ramón María Narváez (!) y, sin embargo, correría a comprarme una hipotética Vida amorosa de Manuel Fraga Iribarne si la hubiera escrito James Boswell.
Haber leído vidas no implica que uno tuviera la voluntad o siquiera el planteamiento de escribir ninguna, hasta que, años atrás, con Isabel II todavía viva, alguien me quiso encargar una sobre la reina de Inglaterra. El personaje era muy agradecido, pero por aquel tiempo uno ya había escrito más de mil páginas de tema británico, y preferí apartar de mí ese cáliz. O esa tetera.
Otro personaje que me atrajo para una vida a la vez popular y literaria, es decir, un libro a lo André Maurois y no una tesis académica, fue Cánovas. Al escribir sobre alguien, sin embargo, uno sabe que va a pasar con ese alguien mucho tiempo. La propia vida no es tan larga. Si uno puede, debe divertirse. Y estoy convencido de que ha sido mucho más divertido pasar este tiempo, siquiera sea figuradamente, en el jet de Julio Iglesias de lo que hubiera sido pasarlo con Cánovas del Castillo en los cafetines de la Restauración.
Que el género pueda ser una maravilla no significa que sea fácil. Es necesario que en una vida haya datos, pero que no parezca un Excel. Que haya, sobre el personaje, una visión, pero no una sentencia. Toda narración, y también la de una biografía, es una distancia: en el caso de Julio Iglesias había que evitar tanto las histerias del fan como la tentación de esnobearlo. Había que evitar una injusta mirada de condescendencia cultural tanto como un comentario de texto filosófico a la letra de Bamboleo. Por mi parte, con este libro he querido decir o evocar un cierto Miami y una cierta España. No en vano, Julio, que nació en los años del hambre, nos ha acompañado en el desarrollismo, en la primera noche de la democracia, en los zulos de ETA -su padre fue secuestrado-, en el desembarco americano y hasta en esos primeros dos mil en los que nuestro esplendor se fue volviendo corrupción.
Con una fama no solo global, sino pionera en lo global, no debiera extrañar tanto que uno escriba sobre Julio Iglesias como que, en el fondo, se haya escrito tan poco sobre él. Yo, desde luego, lo he pasado en grande, y ojalá sea este uno de esos casos en los que la felicidad del escritor se cuela en la página hasta llegar al lector. Sainte-Beuve, al fin y al cabo, decía que la literatura no era sino eso: soñar con cosas grandes y escribir cosas agradables.